A un año de la pandemia: Yazunari y el aumento de la brecha digital
En Chile un 12,5% de la población no tiene conexión a Internet, lo que es considerado una vulneración a los derechos humanos. Uno de esos casos es el de Yazunari Aliaga, que a sus ocho años, aquejada de una enfermedad renal, tiene que subir un cerro, junto a su hermano mayor, Luis, arma una pequeña carpa naranja para conectarse con su computador a sus nuevas clases, ahora en formato online.
Marcela Arancibia y Valentina Essus | Edición de video: David Bobadilla | Gráficas: Sebastián Fernández
A 18,7 kilómetros de Pitrufquén en la Región de La Araucanía, se encuentra la localidad rural de Filoco. Allí vive Yazunari Aliaga con su hermano Luis (26), su hermana Agnes (20) y sus papás que durante la semana reparten sus tiempos entre la fabricación de quesos, la agricultura, la mecánica y el transporte.
El año pasado “Yazu”, como le dice su familia, alcanzó a estar dos semanas en clases presenciales en el Colegio Alemán Faja Maisan de Pitrufquén, antes de que el 15 de marzo de 2020 el Presidente de la República anunciara el cierre de los colegios en todo el país. Hoy tiene ocho años, cursa cuarto básico y no ha vuelto a poner un pie en su colegio.
Este año, de un momento a otro le avisaron que tenía que aprender remotamente. Sin computador y a sus ocho años, Yazunari hizo una compra inesperada: su familia vendió unas ovejas que criaba y usó las monedas de $500, que juntaba en un tarro, para tener su computador propio. Lista con su equipo, se vio enfrentada a un nuevo problema, no tenía conexión a Internet.
Hace ya un año, desde el inicio de la pandemia del COVID-19, más de 3 millones 600 mil estudiantes, entre primero básico y cuarto medio, tuvieron que cambiar sus rutinas debido a las medidas de confinamiento y llevaron los procesos de aprendizaje a sus casas. Muchos de ellos, inesperadamente, comenzaron a experimentar una nueva forma de enseñanza: las clases online.
El problema dejó al descubierto la gran brecha digital que nos afecta y que se entiende como cualquier distribución desigual en el acceso, en el uso o en el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación entre grupos sociales, y en nuestro país eso se manifiesta en mayor medida entre estratos socioeconómicos y zonas urbanas y rurales.
Fuimos testigos de numerosas historias que nos mostraron los esfuerzos extremos que cientos de estudiantes tuvieron que hacer de la noche a la mañana para poder conseguir Internet, equipos electrónicos y así conectarse a sus clases virtuales y continuar con su educación.
Pero después de un año el problema continúa y la brecha sólo sigue aumentando.
ONLINE, PERO SIN CONEXIÓN
Yazunari y Luis, caminan quince minutos cerro arriba y atraviesan un campo para llegar a su nueva e improvisada sala de clases: una carpa de color naranja con una malla raschel encima para evitar la humedad y el calor extremo.
Durante 2020, las clases de Yazunari, que cursaba tercero básico, se redujeron a realizar guías que desde su colegio le iban a dejar a su casa y que trataba de completar con videos que eran enviados vía WhatsApp.
Así pasó de curso, disfrutó el período de vacaciones y en marzo comenzó sus clases de cuarto básico. Nuevamente desde su casa, pero esta vez, las guías ya no estaban disponibles, ya que su colegio se sumaba a las clases online.
De acuerdo a datos de 2020 de la Subsecretaría de Telecomunicaciones (Subtel), La Araucanía tiene la tasa de penetración más baja de Internet en Chile con un 33%. En número de conexiones en septiembre del año pasado se registraron 123.826 conexiones de Internet fijo en la Novena Región, pero la cifra baja radicalmente si miramos sólo las conexiones en hogares de Pitrufquén las que llegan a 1.322, lo que equivale al 13% de las viviendas de la comuna.
La casa de Yazunari es una de las casi nueve mil que en Pitrufquén no cuenta con conexión a Internet fijo. Internet móvil sí tienen, pero tampoco ayuda. Luis Aliaga, hermano mayor de “Yazu”, cuenta que en su casa apenas pueden usar WhatsApp, lo que también ocurre en los hogares de Karin y Alfonso, dos compañeros de colegio de Yazunari, cuyas experiencias de mala conectividad para las clases online fueron recopiladas por Luis y subidas a su cuenta de Instagram y Tik Tok, como una manera de denunciar la situación que viven estos niños y así llamar la atención de las personas, especialmente de las autoridades.
Por mientras, Yazunari y su familia tuvieron que encontrar una solución para no perder su año escolar. Si tiene clases a las 9:00 horas, se despierta a las 7:30 y cuando está lista, se abriga, coloca todo lo necesario en una mochila y junto a su hermano mayor, Luis, su perro Susi, caminan quince minutos cerro arriba y atraviesan un campo para llegar a su nueva e improvisada sala de clases: una carpa de color naranja con una malla raschel encima para evitar la humedad y el calor extremo.
Cada domingo Luis deja instalada la carpa para que su hermana pueda captar mejor la única señal 3G que le permite conectarse una vez al día a sus clases online que pueden empezar a las 9:00, a las 12:00 o a las 14:00 horas. Los viernes por la tarde, Luis baja la carpa y la guarda en su casa.
“Sabíamos que ahí hay buena señal, porque es en altura, entonces la frecuencia de cualquier antena que esté cerca llega de mejor manera”, asegura el hermano.
Para sortear la poca conectividad digital, Luis también cuenta que toda la familia se ha tenido que coordinar para acompañar a Yazunari en su nuevo proceso de aprendizaje. “Mi hermana mayor también está con clases y tiene su emprendimiento, mis papás y yo trabajamos, pero ahora le estoy dando mi tiempo a mi hermana para que ella se pueda educar”, cuenta Luis quien está terminando su carrera de enfermería, mientras trabaja en una empresa de transporte.
Su historia y la de miles de estudiantes que desde marzo de 2020 han visto perjudicada su educación por la nula o escasa conexión a Internet, quizás sería distinta si existiera el reglamento para la Ley N° 21.046, que decreta la obligación de una velocidad mínima garantizada de acceso a Internet y que hace cuatro años espera por la normativa técnica que deben cumplir las empresas que entreguen este servicio.
MENOS BRECHA
“El estudiante que no tiene acceso a Internet, está totalmente sin garantía del derecho a educarse, porque entregarle una guía para que lo haga solo o sola, realmente no es educación”.
Cuando en marzo de 2020 los colegios se vieron obligados a cerrar sus puertas y trasladarse a estos nuevos métodos de enseñanza, Constanza Prieto, profesora de educación básica, sólo tenía tres alumnos conectados en su clase. “Conversé con mis amigas que trabajan en colegios particulares y ellas tenían todo su curso conectado. Era demasiada la injusticia. Había que hacer algo y no esperar a las autoridades, porque siempre se demoran más”, comenta la docente.
Al poco tiempo y con el apoyo de su familia y amigos cercanos creó la iniciativa “Menos Brecha”, la que mediante donaciones de equipos electrónicos en buen estado y su posterior reparación, le permitió, en un mes, conectar a todos sus alumnos a las clases online.
Al lograrlo, Constanza no solo le permitió a sus alumnos suplir la carencia de no contar con Internet y un computador, sino que les otorgó nuevamente a sus estudiantes el derecho a la educación. “Si es que un niño no tiene acceso a Internet, no se le cumple el derecho a la educación. Es así de grave. El estudiante que no tiene acceso a Internet, está totalmente sin garantía del derecho a educarse, porque entregarle una guía para que lo haga solo o sola, realmente no es educación”, afirma la experta del Observatorio de Prácticas Educativas Digitales de la Universidad Católica, Magdalena Claro.
Incluso, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró el año 2011 el acceso a Internet como un derecho humano, ya que es una herramienta que favorece el crecimiento de la sociedad en su conjunto y es indispensable para la obtención de otros derechos.
CONECTADOS CON LA FRUSTRACIÓN
“La principal causa de desmotivación de los alumnos y alumnas es la falta de conectividad y de dispositivos en el hogar para poder acceder a las clases en línea. Hay un deterioro socio emocional tanto en las familias como en los estudiantes”.
Al inicio de la suspensión de clases en 2020, el Ministerio de Educación realizó una encuesta que, entre sus resultados, constató que el 69% de los alumnos y alumnas tenía dificultades para acceder o hacer uso de un dispositivo con finalidades educativas, ya sea un computador, tablet, celular u otro. Además, la encuesta indicó que el 29% de los apoderados y apoderadas dijo que sus hijos e hijas tienen acceso a una señal de Internet mala o, en definitiva, no tienen acceso a ella.
Esta falta de conectividad no sólo perjudica el aprendizaje de los estudiantes, sino que también tiene efectos negativos en su salud mental. De acuerdo al estudio “Radiografía digital de los colegios en pandemia”, elaborado por VTR Convive Digital en base a entrevistas realizadas a cerca de mil directores entre agosto y septiembre de 2020, la principal causa de desmotivación de los alumnos y alumnas es la falta de conectividad y de dispositivos en el hogar para poder acceder a las clases en línea. Además, según destaca el estudio, se constata un deterioro socio emocional tanto en las familias como en los estudiantes.
Yazunari y su familia no están ajenos a esta realidad. Hace unas semanas, cuando su colegio se sumó a la modalidad de las clases remotas y se enfrentó a esta nueva forma de aprendizaje, esta niña de ocho años comenzó a mostrar signos de ansiedad asociados a sus clases y tareas en línea.
“Mi hermana se estresa, está con mucha ansiedad. Ella siempre ha sido muy responsable, tiene buenas notas, pero ahora tiene mucha ansiedad por hacer sus trabajos. Le dan una tarea y la quiere hacer enseguida y se frustra y llora si no la termina”, cuenta su hermano.
El mismo estudio de VTR Convive Digital, asegura que los alumnos y alumnas están preocupados por su futuro y por no estar aprendiendo adecuadamente, y a un año de iniciadas las clases online, son pocas las medidas que se han llevado a cabo para revertir esta situación.
Según el “Informe anual de la situación de los Derechos Humanos en Chile 2020” del Instituto Nacional de Derechos Humanos, en el contexto de la pandemia los programas “Me Conecto Para Aprender” y “Yo Elijo Mi PC”, que vienen operando regularmente desde el 2009, se implementaron durante el año pasado sin modificaciones. El gobierno no realizó compras adicionales de equipamientos para distribuir durante el año 2020 y tampoco hubo reasignación de presupuesto del Ministerio de Educación para atender a esta situación. Además, “los criterios de asignación de los computadores tampoco fueron ajustados en función de responder con mayor focalización hacia aquellos hogares que no contaban con ningún equipamiento” para cumplir con las clases online.
“Yo he tenido reuniones con el Ministerio de Educación y me agradecen lo que estamos haciendo, pero me da rabia que no me digan ‘trabajemos juntos, hagamos esto mucho más grande’. Es fácil decir que hay que entrar a clases y que van a habilitar los colegios, pero se sabía que iba a venir una segunda ola y que hasta junio, por lo menos, no iban a estar todos vacunados”, asegura Constanza Prieto de “Menos Brecha”, hoy transformada en una fundación que ha entregado equipos electrónicos a más de 600 niños y niñas a lo largo del país.
Para Magdalena Claro del Observatorio de Prácticas Educativas Digitales de la Universidad Católica, la obsesión por volver a lo presencial fue el factor clave para que en un año no se haya avanzado nada. “Ya el año pasado se decía que este año iba a ser extraño y que era poco probable que pudiéramos volver completamente de forma presencial. Se negó eso, no se quiso abordar. En vez de estar obsesionados con volver a lo presencial y a lo que teníamos antes, deberíamos haber estado pensando cómo podemos sacar el máximo partido de este tiempo y cuáles son las estrategias, qué tipo de acceso hay que tener a Internet y cómo damos los apoyos para eso”, dice la experta en educación digital.
NECESITAMOS 1.700 MILLONES DE DÓLARES
Con el 70% de funcionamiento en su riñón izquierdo y sólo 30% en el derecho, Yazunari no puede pasar mucho frío ni aguantarse las ganas de ir al baño, algo que se vuelve aún más complicado cuando debe alejarse de su casa para conectarse a clases en una carpa sobre un cerro.
A finales del año pasado, las autoridades comenzaron a hacer anuncios a largo plazo. En octubre, el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones comunicó que en el concurso público para implementar la red 5G en el país, se incluirá la obligación de conectar a 366 localidades en todo Chile con la tecnología 4G. Entre ellas, tres zonas de Pitrufquén se verán beneficiadas: Reserva Mahuidanche, Faja Maisan y Los Galpones, esta última es la más cercana a la casa de Yazunari y Luis en Filoco, a una distancia de 3,4 kilómetros.
Meses después, el pasado 15 de abril de 2021 la Sala del Senado hizo lo propio y aprobó el proyecto de ley para reconocer el acceso a Internet como un servicio público de telecomunicaciones. Esta iniciativa pretende mejorar la conectividad de la población del país, dar facilidades para que las compañías del rubro puedan desplegarse en diversas zonas del territorio, fijar un plazo en el que estas deberán entregar Internet a los usuarios y facultar al presidente para habilitar un subsidio para el pago de las cuentas de este servicio a un determinado porcentaje de usuarios durante la discusión de la Ley de Presupuestos del Sector Público.
Estas medidas, que se suman a otros anuncios enfocados en educación como el programa “Conectividad para la Educación 2030” que busca mejorar el acceso a Internet de cerca de diez mil establecimientos en 2021 e incrementar las velocidades de conexión hasta fines del 2029, van en directa ayuda a disminuir la gran brecha digital que tenemos y que, de acuerdo al especialista del Banco Interamericano de Desarrollo, Antonio García Zaballos, nos costaría 1.700 millones de dólares cerrar. De este monto, equivalente a 0,6 puntos del PIB, 500 millones son necesarios para inversiones de conectividad rural.
Cuando Luis Aliaga habla sobre lo que se pudo haber logrado en un año de experiencia con las clases online, se nota el pesimismo: “La entidad ministerial fue muy insistente en el tema de volver a clases presenciales. Tuvieron todo el año para trabajar y mejorar la calidad”, dice.
Se enoja cuando piensa que si se hubieran tomado medidas en los meses anteriores, su hermana no tendría que hacer esfuerzos extremos que incluso ponen en peligro su salud para continuar aprendiendo. Con el 70% de funcionamiento en su riñón izquierdo y sólo 30% en el derecho, Yazunari no puede pasar mucho frío ni aguantarse las ganas de ir al baño, algo que se vuelve aún más complicado cuando debe alejarse de su casa para conectarse a clases en una carpa sobre un cerro. El riesgo es tan alto, que incluso su mamá ha pensado que, con la llegada del otoño y posterior invierno, la niña de ocho años deberá dejar de asistir a las clases online.
En un mundo globalizado y en un contexto donde la conexión a Internet significa la única manera de tener acceso a la educación y al conocimiento, esta brecha digital se vuelve aun más grave para lograr la efectiva participación de niños y niñas y para el pleno ejercicio de sus derechos, especialmente del artículo 31 de la Convención de Derechos del Niño. La historia de Yazunari es solo una más entre miles de niños y niñas de todo el país que día a día deben enfrentarse a la inequidad producida por las limitaciones que existen al momento de conectarse a Internet, y que hace más de un año están siendo afectados por la educación offline.